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domingo, 6 de julio de 2014

EL DOLOR DE LA SEPARACIÓN...


Cuando una pareja rompe su relación no lo hace generalmente sin dolor. Cualquier rompimiento implica abandonar cosas de nuestra vida, dejar atrás un pasado y reconocer alguna clase de equivocación por parte nuestra. Es inevitable, incluso, sentir cierta sensación de fracaso y hasta de desolación...

 Creer que una ruptura amorosa se concreta fácilmente es una ilusión. Siempre hay un desgarramiento, por eso cuesta tanto concretarla y por eso, aunque esto no se dé por igual en ambos miembros de la pareja, se sufre tanto...

 Aún en los casos en que ese rompimiento sea para bien, una separación no se logra así como así. Y esto pese a la madurez que puedan tener los involucrados y aunque todo lo resuelvan sin choques violentos o reproches y odios irreconciliables. Nos aferramos a los objetos; ¡cómo no nos vamos a aferrar a un ser a quien pudimos amar y con quien compartimos tantas ilusiones y proyectos!

 Por eso después de la separación quedan dos caminos: hundirnos en el dolor y no salir de allí, o recomponer la fe e iniciar una vida nueva...

 Me interesa dejar sentado lo siguiente, y deseo resaltarlo porque es útil para tomar conciencia de ello: si una separación es inevitable, habrá que estar preparado para sobrellevar y superar el dolor que acarrea un rompimiento...

 Según las circunstancias puede haber un alivio en uno o ambos miembros de una pareja que se separa, eso no lo niego. Pues las tensiones son tan grandes entre dos personas que se llevan mal, que se vuelven insoportables. Sin embargo no se crea que todo serán risas, principalmente durante el tiempo inmediato al rompimiento...
Yo creo que en este, mi caso, nosotros no nos llevamos mal, sino que participan en mi pareja,  hijos, parientes y amigos de quien hasta hoy fue mi mujer y ella con poca personalidad escucha a cada uno de quienes opinan, entonces le crean dudas y esto hace que se complique nuestra relación.
Por de pronto, debemos reconocer que pese a las diferencias de género, el varón y la mujer llegan a sufrir con la misma intensidad. El dolor, en asuntos de fracasos amorosos, no es privativo de lo femenino o de lo masculino...

 No siempre el rompimiento es previsible. A veces una pareja se deshace abruptamente, casi de un día para el otro. Todo el pasado de una vida en común aflora en la mente y los recuerdos nos abruman; desearíamos volver atrás, desandar los acontecimientos y hasta soñamos con modificarlos. En esta etapa puede surgir la idea casi obsesiva de pretender reparar, de volver a empezar la relación, de mejorarla y retomarla. Esos deseos podrían hacer que negáramos la realidad, y en lugar de fortalecernos, nos debilitaríamos. Hay cosas que jamás vuelven atrás, y cuando finalmente nos damos cuenta de ello puede sobrevenirnos una depresión aun mayor que la que sentimos al tener que separarnos. La evidencia de que será inútil tratar de recuperar lo perdido hará que toda nuestra omnipotencia se derrumbe. Habíamos creído que podíamos torcer los hechos y de pronto advertimos que es imposible hacerlo. El dolor se renueva; la sensación de vacío aumenta...

Supongamos un caso extremo: el de una persona que haya sido abandonada abrupta y sorpresivamente por su pareja. Es natural que quede sumida en la soledad y el agobio; si intenta negarlo, lo más seguro es que caiga en el escapismo. Probablemente buscará aturdirse, ya sea en la búsqueda compulsiva de nuevos amores, de amistades indiscriminadas o de paseos sin ton ni son. Quizás encuentre un fugaz consuelo, aunque esos sustitutos serán de corto alcance y no la ayudarán a salir de la depresión...

 Pero el momento de inflexión existe, y es allí cuando surge la posibilidad de un cambio. Cumplida la etapa de duelo y una vez que esa persona ha podido asumir y elaborar las frustraciones sin tratar de negarlas o de encerrarse en un caparazón falsamente protector, recobrará fuerzas, volverá a energizarse, y buscará la luz. No borrará al pasado, pues el pasado no se puede borrar ni es saludable querer hacerlo, pero lo dejará atrás y no le impedirá mirar hacia delante, proyectarse en el amor y en la alegría de vivir…

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