Cuando una pareja rompe su relación no lo hace
generalmente sin dolor. Cualquier rompimiento implica abandonar cosas de
nuestra vida, dejar atrás un pasado y reconocer alguna clase de equivocación
por parte nuestra. Es inevitable, incluso, sentir cierta sensación de fracaso y
hasta de desolación...
Creer que una
ruptura amorosa se concreta fácilmente es una ilusión. Siempre hay un
desgarramiento, por eso cuesta tanto concretarla y por eso, aunque esto no se
dé por igual en ambos miembros de la pareja, se sufre tanto...
Aún en los
casos en que ese rompimiento sea para bien, una separación no se logra así como
así. Y esto pese a la madurez que puedan tener los involucrados y aunque todo
lo resuelvan sin choques violentos o reproches y odios irreconciliables. Nos
aferramos a los objetos; ¡cómo no nos vamos a aferrar a un ser a quien pudimos
amar y con quien compartimos tantas ilusiones y proyectos!
Por eso después
de la separación quedan dos caminos: hundirnos en el dolor y no salir de allí,
o recomponer la fe e iniciar una vida nueva...
Me interesa
dejar sentado lo siguiente, y deseo resaltarlo porque es útil para tomar
conciencia de ello: si una separación es inevitable, habrá que estar preparado
para sobrellevar y superar el dolor que acarrea un rompimiento...
Según las
circunstancias puede haber un alivio en uno o ambos miembros de una pareja que
se separa, eso no lo niego. Pues las tensiones son tan grandes entre dos
personas que se llevan mal, que se vuelven insoportables. Sin embargo no se
crea que todo serán risas, principalmente durante el tiempo inmediato al
rompimiento...
Yo creo que en este, mi caso, nosotros no nos llevamos mal, sino que participan en mi pareja, hijos, parientes y amigos de quien hasta hoy fue mi mujer y ella con poca personalidad escucha a cada uno de quienes opinan, entonces le crean dudas y esto hace que se complique nuestra relación.
Por de pronto, debemos reconocer que pese a las diferencias de
género, el varón y la mujer llegan a sufrir con la misma intensidad. El dolor,
en asuntos de fracasos amorosos, no es privativo de lo femenino o de lo
masculino...
No siempre el
rompimiento es previsible. A veces una pareja se deshace abruptamente, casi de
un día para el otro. Todo el pasado de una vida en común aflora en la mente y
los recuerdos nos abruman; desearíamos volver atrás, desandar los
acontecimientos y hasta soñamos con modificarlos. En esta etapa puede surgir la
idea casi obsesiva de pretender reparar, de volver a empezar la relación, de
mejorarla y retomarla. Esos deseos podrían hacer que negáramos la realidad, y
en lugar de fortalecernos, nos debilitaríamos. Hay cosas que jamás vuelven
atrás, y cuando finalmente nos damos cuenta de ello puede sobrevenirnos una
depresión aun mayor que la que sentimos al tener que separarnos. La evidencia
de que será inútil tratar de recuperar lo perdido hará que toda nuestra
omnipotencia se derrumbe. Habíamos creído que podíamos torcer los hechos y de
pronto advertimos que es imposible hacerlo. El dolor se renueva; la sensación
de vacío aumenta...
Supongamos un caso extremo: el de una persona que haya
sido abandonada abrupta y sorpresivamente por su pareja. Es natural que quede
sumida en la soledad y el agobio; si intenta negarlo, lo más seguro es que caiga
en el escapismo. Probablemente buscará aturdirse, ya sea en la búsqueda
compulsiva de nuevos amores, de amistades indiscriminadas o de paseos sin ton
ni son. Quizás encuentre un fugaz consuelo, aunque esos sustitutos serán de
corto alcance y no la ayudarán a salir de la depresión...
Pero el momento
de inflexión existe, y es allí cuando surge la posibilidad de un cambio. Cumplida
la etapa de duelo y una vez que esa persona ha podido asumir y elaborar las
frustraciones sin tratar de negarlas o de encerrarse en un caparazón falsamente
protector, recobrará fuerzas, volverá a energizarse, y buscará la luz. No
borrará al pasado, pues el pasado no se puede borrar ni es saludable querer
hacerlo, pero lo dejará atrás y no le impedirá mirar hacia delante, proyectarse
en el amor y en la alegría de vivir…
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