A MI GORRIONCILLA. ( un cuento de amistad )
Salí de casa malhumorado, enfadado, maldiciendo mi torpeza, las musas me habían abandonado, no conseguía escribir más de dos líneas juntas con algún sentido literario. Estaba bloqueado, la inspiración había desaparecido, se había evaporado junto al humo de mi cigarrillo o al vaporcillo que ascendía ondulante desde mi jarra de café; ésa que hace dos años, por mi cumpleaños, me regalaron mis hijos, con una leyenda hecha por ellos mismos y que ahora era casi ininteligible por el uso, y que rezaba así: " al Papá mas güeno ", Siempre que la cogía del escurre-vasos donde se pasaba la vida cuando no estaba encima de mi escritorio, me provocaba una tierna sonrisa. Pero bueno, ésta es otra historia. Decía que abandoné el piso,
malhumorado bajaba mirando los escalones aunque me los conocía de memoria, noventa, sin contar los del portal, pues pese a vivir en un cuarto piso siempre subía y bajaba de casa por las escaleras, es una sana costumbre que cogí hace seis años, debido en parte a la falta de idilio amoroso entre los ascensores y yo.
Salí a la calle y me puse a caminar sin rumbo fijo, mis pies y mi abstracción me encaminaron hacia el Campus de la Universidad, parecía como si mi subconsciente me guiase hacia una zona de sabiduría, como si el Campus me fuese a irradiar conocimiento, ideas y mi mente pudiese absorberlas y empaparse de ellas. La tarde primaveral era preciosa en el Campus, hacía calorcillo, pero una suave brisa invitaba a tumbarse en la pradera de olorosa hierba bajo los blancos olmos, caballeros guardianes de la sabiduría y la intelectualidad.
Pues allí me encontraba yo, tumbado, con la mirada perdida en el cielo pintado de un azul claro, limpísimo, parecía como si esa tarde lo hubiesen fregado, de vez en cuando alguna nubecilla blanca pasaba tímida y veloz, alguna bandada de gorriones aparecía por un lado del claro entre los árboles y desaparecía por el otro lado. Así estaba yo, tumbado con la mente vacía, no pensaba, no imaginaba, no soñaba, tan solo observaba el azul del cielo, las nubes y los pájaros.
No sé cuando fue el momento en el que cerré los ojos, pero un pequeño dolorcillo en el lóbulo de mi oreja derecha hizo que los abriese y mirase para ese lado, entonces vi a un pequeño gorrioncillo junto a mi cabeza que me observaba atento, impertérrito ante mí, sin dejar de mirarlo yo también, me incorporé levemente apoyando mis antebrazos en el suelo mullido por la hierba, allí seguía, sin moverse. Me senté y crucé mis piernas sin dejar de mirarlo, me asombraba que un animalito tan asustadizo como un gorrión pudiese estarse tan quieto con la cercana proximidad de una persona. Me incliné hacia delante, extendí mis brazos y con las manos juntas abrí mis palmas hacia arriba, invitándole a subirse a mis manos; el pajarillo dando cuatro saltitos se me acercó hasta el borde mismo de mis dedos, y tras picotear leve y suavemente las yemas de ellos, con otro saltito más se subió a mis manos. No me lo podía creer un pajarito silvestre en mis manos, un gorrión, un ave tan asustadiza y precavida como un gorrión estaba plácida y tranquilamente en mis manos. Lo acerqué a mi cara y le planté un suave beso en su cabecita, de repente saltó a mi hombro derecho, pensé que lo había asustado, que estaba agobiado, que saldría volando, pero no, se puso a andar por mi hombro como si lo hubiese hecho toda la vida, y acercándose a mi mejilla me picoteo dos veces en ella, suave, muy suave, lo que yo interpreté como dos besicos.
Me puse de pie y me encaminé de vuelta casa, con mi gorrioncillo todavía sobre mi hombro, junto a mi cuello, medio escondido entre mi pelo y mi oreja; de vez en cuando piaba dos veces, dos pío pío seguidos, que mi cerebro interpretaba como un " gracias gorrioncito".
No hay comentarios:
Publicar un comentario